Dionisos
Cadmo, ya viejo, vivió
lo que podría llamarse “la etapa dionisíaca” de la vida de Tebas. Eurípides nos narra que, venido del Oriente, a donde había ido a tomar clases de la manera de nacer las alboradas, Dionisos, con su corte de bacantes, se asentó en el monte Citerón, a orillas de la ciudad cadmea. El dios había descubierto que las uvas fermentadas, sometidas a una alquimia de ademanes misteriosos, producía olvidos bienaventurados: erradicaba el dolor del pecho, el rostro del ingrato, el temor a la muerte que emponzoña cuando se liba, en la copa de cristal de la existencia, el reguero de horas o minutos o segundos que han de salir aún a nuestro encuentro. Era el descubrimiento del siglo en toda la Hélade. Y las mujeres de Tebas no fueron indiferentes al licor, de embriagante dulzura, descubierto por Bromio y festejado por las ménades. No fueron indiferentes. Muchas, ebrios los tímpanos, huyeron al monte, a dar rienda suelta a sus deseos, a dejar la monogamia sin más carta que un ardiente narcisismo. Ágave, hija de Cadmo y madre de Penteo, entonces rey de Tebas, oyó hablar del menjunje maravilloso, partió al cerro acompañada de un vasallo que con unas plumas de pavo real iba borrando sus huellas, y probó los jugosos milagros de la vid. Al inicio, parecía un gatito al que le dan vino rojo en su plato de leche. Después de unas cuantas lengüetadas, el efecto fue visible: el ron ron se adueñó de su cuerpo, y los maullidos se encaramaron a la cumbre nevada de su agudo. Bebe que te bebe, sintió que algo de muy adentro se le subía, que todo o casi todo eran prejuicios, códigos con los pies de barro, costumbres que enmascaraban fruslerías, mandamientos, caray, cuyo material de construcción era aire solamente. Al final, consumió todo el líquido del plato y entonces sobrevino el furor. Le crecieron las uñas, los dientes, la insolencia. El maullar descobijó su empeño y devino rugido: una verdadera fanfarria de Evohé, Evohé de bárbaro linaje y pudor desmayado, hasta tornarse, a lo último, un tigre descomunal carcomiendo el delicioso hueso de sus furores. "un tigre descomunal carcomiendo el delicioso hueso de sus furores"
|
"se asentó en el monte Citerón"
Baco (Dionisos), de Caravaggio "las uvas fermentadas"
|