Cuarta estancia
La maldición de Edipo
Antes de dejar a Tebas
desterrado por sus hijos -sin que las jóvenes pudieran decir esta boca, con su súplica, con su llamado al amor, es mía-, Edipo fue arrojado por ellos, por los dos, sin distinciones, en plena coincidencia de ademanes desalmados, a un calabozo que, haciendo redundante su negrura, conducía las manos del rey ciego a palpar, para no tropezarse en la prisión, una vez y otra y otra, el cúbico instrumento de tortura. Ahí tuvo el tiempo necesario para darle forma perfecta, con todas las de la ley, sin erratas o malhechuras generadas por una bondad intrusa, a su bienamada maldición: sus hijos morirían, sus corazones, sus pulsos, sus alientos serían hipnotizados por los ojos serpentinos de la nada; pero no uno a uno, en diversos lugares, con desventuras exclusivas destinadas a los dos o causas separadas que no tendrían aire familiar alguno, sino que cada quien iba a deber la vida del otro, sucumbirían chapoteando en la misma sangre. La violencia criminal quedaría “entre nosotros”, teniendo a idénticos lares como testigos. *** Un día, lo sacan de la mazmorra, y le dicen –fingiendo querer su perdón con bálsamos de azúcar -, que, arrepentidos, le brindarán un convivio. En contubernio con Creonte y una parvada de avechuchos de mal agüero, organizan, con propósitos malignos, un banquete en que le sirven huesos, sólo huesos (insinuando que su ulterior sostén no sería ya carne preñada de existencia). Edipo repite entonces su maldición y la ubica, sin decir más, en la hostilidad futura entre los tebanos y los argivos, en el episodio que se conoce como “Los siete contra Tebas”. *** Antígona no pudo soportar los tormentos que sus hermanos infligían a su padre. Cobijada por la noche, por el manto en su cabeza, por una materia gris ennegrecida por los acontecimientos, tomó de la mano al anciano, le dijo “Soy tus ojos, sígueme como las huellas van en pos de sus sandalias”. Ella caminó con la seguridad de un viento niño. La brújula no tuvo reticencias con Antígona ya que el final del éxodo se hallaba próximo, a la vuelta del ímpetu. Llegaron a Colono donde, como vimos, Edipo dejó la existencia envuelto en la mortaja del misterio. *** La joven, ya huérfana, tomada de la mano, ya no de su padre, sino del más profundo de los pesares, vuelve a su terruño, a la Tebas de su niñez y sus congojas. Aunque en ésta ocurre lo inverosímil, aunque es un criadero de delitos, aunque se dice que las más variadas especies de endriagos, vestiglos y follones nacen de incógnitas matrices y entran en connubio con la atmósfera, Aunque aquí los “hipogrifos violentos” se pasean por las calles sin respetar la más mínima regla de tránsito, Antígona, como si tuviera sus sandalias puestas al revés, torna indomable, guerrera, a su ciudad. |
Edipo "el de los pies hinchados" repite enconces su maldición
Pintura de Ramón Martínez Cervantes "un viento niño"
"la Tebas de su niñez y sus congojas"
"los 'hipogrifos violentos' se pasean por las calles"
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