Capítulo primero
Fundación de un pueblo
¿El cielo se agrietó un día
para decir la boca que, desde el trono del imperativo, se puso hablar? ¿Las nubes, mudando de quehacer, chispearon sílabas hablantinosas sin otra humedad que la de la saliva de Palas Atenea? No sé, pero: “Seguir las pisadas de la vaca” fue la orden de la diosa a Cadmo, fundador de pueblos. Seguido de este último, el manantial de leche, campaneando sus ubres, sin dejar el olfativo trote con que andaba, miraría, oteando el firmamento, un azul a todo volumen, en la cima de lo superlativo, sin pedazos incoloros o centímetros faltos de entusiasmo, volvería los ojos a la tierra para descubrir flores deshojadas o mariposas muertas -la vaca no sabría distinguirlas- como indicio de algún amargo derrumbe de lo bello, advertiría la piedra insolente que le mete zancadillas al viandante y sueña en no sé qué divertidos descalabros o vislumbraría a lo lejos o a lo cerca canes, loros, riachuelos lubricales, campanas sin badajo, ruecas deshilachadas, hasta advenir a la tierra promisa del… de repente, del aquí al que le nacen raíces y siente a sus pies expirar sus sandalias, donde la ternera se detendría, estatuándose en ese sitio, en ése, en que habría de construirse la patria de los Beocios. "donde la ternera se detendría, estatuándose en ese sitio"
Vaca de Clara Bastian |
"sin otra humedad que la de la saliva de Palas Atenea"
Palas Atenea de Isidoro Brocos “Seguir las pisadas de la vaca”
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La fundación de este célebre pedazo
de la geografía
tuvo lugar en la noche,
a las doce menos cinco,
a la hora en que el misterio
se esfuerza por llegar a su
clímax de fantasmas.
Sólo tres motivos, tres,
hubieran obligado a la vaca a
detenerse
en Tebas, capital de Beocia:
el hambre,
la fatiga
o un toro vagabundo, urgido por la
brama,
que incuba en los testículos
ensoñaciones y dúos demandantes.
Ahí, en ese sitio,
vivió sobre su lomo
la insoportable carga del tiempo,
de la geografía
tuvo lugar en la noche,
a las doce menos cinco,
a la hora en que el misterio
se esfuerza por llegar a su
clímax de fantasmas.
Sólo tres motivos, tres,
hubieran obligado a la vaca a
detenerse
en Tebas, capital de Beocia:
el hambre,
la fatiga
o un toro vagabundo, urgido por la
brama,
que incuba en los testículos
ensoñaciones y dúos demandantes.
Ahí, en ese sitio,
vivió sobre su lomo
la insoportable carga del tiempo,